
El 24 de Marzo de 1976 se oía, en nuestra convulsionada Argentina, un comunicado por Cadena Nacional:
“Se comunica a la población que, a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de Comandantes generales de las FF.AA. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento a las disposiciones y directivas que emanen de autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones y actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones”
Comenzaba la barbarie, los militares derrocaban a Maria Estela Martínez de Perón y se imponía la máquina de matar corregida y aumentada al infinito.
Fue hace exactamente 30años y lo llamaron “Proceso de Reorganización Nacional”.
Más que nunca la muerte andaba suelta persiguiendo sueños, acorralando la vida. Pero esta vez, además, aplicaron la acción más perversa y más cobarde que alguien pueda imaginar.
No más bombardeos, ni basurales, ni fusilamientos en cárceles, ni homicidios mafiosos a la luz del día.
Los perseguidos, las víctimas, iban a desaparecer, no iban a estar más, no iban a existir.
Secuestrado y esfumados de la noche a la mañana. Los militares entendían que al no haber cuerpos, al no haber pruebas, ni quedar evidencias, nadie podría acusarlos de crimen alguno.
Eso es el Terrorismo de Estado
Las FF.AA. se dedicaron a la muerte clandestina, mientras en público sus jefes iban a misa a ser bendecidos, a comulgar y a la salida sonreían con total cinismo. En sus discursos hablaban de la ley, el orden, la paz y el progreso.
En este contexto se desató la cacería. Zonas liberadas, gritos en la noche, secuestros de gente indefensa, la absoluta desaparición de la justicia.
hay bibliotecas enteras que podrían leerse para entender lo que nos pasó. Pero puntualmente hay una carta, un documento que es la dignidad en su máxima expresión. Apenas un año después del golpe Rodolfo Walsh escribió en la clandestinidad su “Carta abierta a la Junta Militar” donde explicó lo que nadie se atrevía a decir y ni siquiera insinuar.
Hablaba de un lago cordobés convertido en cementerio lacustre, de personas arrojadas vivas desde aviones militares al Rio de la Plata, cuyos cadáveres afloraban en las costas uruguayas. Denunciaba un sistema de tortura absoluta, intemporal y metafísica aplicada tanto con métodos medievales (el potro, el torno) como con la tecnología de la picana eléctrica, para machacar la sustancia humana. Hablaba de las guarniciones y comisarías convertidas en campos de concentración, de las mentes perturbadas de los militares que torturaban.
Decía, apenas un año después del golpe y en medio de la censura y el terror:
“Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror”.
Pero hay otro párrafo, que cada día se comprende con mayor facilidad, le decía a los militares:
“Estos hechos que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo, los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino, ni las peores violaciones a los Derechos Humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no solo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.
Ahí estaba la clave para entender el crimen: “La miseria planificada”.
Hoy a 29 años de esa carta, Walsh la fechó el 24 de marzo de 1977, distribuyo varias copias, y un día después fue secuestrado y nunca más se supo de él. Es otro desaparecido.
En esa noche, en ese imperio de la muerte, hubo un parto.
En medio de la oscuridad, un alumbramiento, una luz muy brillante.
Nació una historia.
Muchas madres y padres salieron a buscar a sus hijos, salieron de sus casas, salieron del útero de sus rutinas habituales a enfrentar al aparato represivo más importante de la historia del país. Llevaban impresas en la piel la desesperación y el amor, y de allí les nació el coraje.
Recorrieron hospitales, caminaron juzgados, se atrevieron a ir a comisarías y cuarteles. Buscaron en las morgues. Nadie sabía nada. La ley del silencio.
Cada día era la esperanza de una noticia, cada noche la frustración del silencio.
Los padres varones, de a poco, volvieron a sus trabajos.
La mayoría de las Madres eran amas de casa, tenían intacto el tiempo y la sensación de que no había otra cosa que hacer que dedicar cada hora, cada minuto y cada segundo de sus vidas a la búsqueda de sus hijos.
Estaban solas, moviéndose, preguntando inútilmente, aturdidas por tanto silencio. Empezaron a cruzarse una y otra vez. Empezaron a reconocerse y a descubrir que había otras que compartían esa especie de señal que cada una llevaba como un código secreto en la mirada: desesperación e incertidumbre.
Ese fue quizás el primer triunfo de las Madres, estaban derrotando al aislamiento. Comenzaron a encontrarse, reunirse, acompañarse. Estar juntas fue el modo de escaparle al terror que implicaba estar solas. Pero fue mucho más que eso.
Un día esas mujeres se descubrieron a sí mismas en una iglesia militar, donde un cura cómplice y psicópata les recomendaba santa paciencia y las confundía con rumores, insinuaciones, y desinformaciones. Intuición femenina, o de madre: les estaban mintiendo sistemáticamente, nadie hacía nada por salvar a sus hijos.
Una de esas mujeres dijo: Basta!, tenemos que ir a la Plaza de Mayo, tenemos que hacer ver y oír lo que nos pasa. Era una mujer con nombre de flor.
En la realidad más cruel que alguien pueda imaginar, ese grupo de mujeres sintió que Azucena Villaflor tenía razón: el lugar de esas Madres sería la Plaza de Mayo.
Los organismos de Derechos Humanos que las recibían y escuchaban no ofrecían del todo lo que ellas pretendían, sus voces no eran oídas como ellas necesitaban, se generaban discusiones de tinte político y ellas solo querían volver a ver a sus hijos.
El territorio de este grupo de mujeres sería Plaza de Mayo.
No tenían oficina, pero habían encontrado un lugar espacioso, aireado, iluminado y céntrico.
No tenían sillones mullidos, pero había bancos de plaza.
No había escritorios, pero tenían las faldas para apoyar en ellas sus carpetas, expedientes, cuadernos o lo que hiciera falta.
No tenían alfombras, solo baldosas y palomas revoloteando.
No tenían recepción, pero podían verse de lejos mientras iban llegando.
No tenían teléfono, pero se pasaban papelitos con mensajes, informes, o futuros puntos de encuentro.
Ocultaban esos mensajes en ovillos de lana, por si la policía o los militares se les cruzaban en el camino. No querían ser descubiertas, bajo el pretexto del tejido se intercambiaban información de todo tipo: que hacer, como buscar, como evitar la impotencia de no hacer nada. Así como Penélope tejía esperando a su marido, ellas tejían juntas la manera de buscar a sus hijos y denunciar lo estaba pasando.
La primera vez fue un Sábado, eran solamente 14 mujeres y fue el 30 de Abril de 1977.
Como no había casi nadie por ser una zona tan céntrica, decidieron volver el próximo día Viernes a lo que una de ellas, como atajando los malos augurios advirtió: “el Viernes es el día de las brujas”. Por lo cual, a partir de la semana siguiente comenzaron a reunirse los días Jueves, el emblemático día que nunca más abandonarían.
La policía comenzó a desconfiar, el Estado de Sitio reinante impedía todo tipo de reuniones de tres o más personas, por representar, según sus ellos, un potencial conjuro subversivo.
Fue así como surgió la orden: “Caminen, circulen, no se pueden quedar acá”. Ellas se pusieron a caminar a circular, en parejas de a dos, alrededor del Monumento a Manuel Belgrano y en sentido contrario a las agujas del reloj: como revelándose ante cada minuto sin sus hijos.
Marchaban, cada Jueves, en las narices del gobierno dictatorial más terrible. La Plaza ya era el territorio de las Madres.
Ante la consulta del periodismo internacional que había descubierto esas raras vueltas y vueltas, los militares respondieron que se trataba de unas mujeres trastornadas, una Madres Locas que buscaban gente que no estaba en ningún lado. Gran parte de la sociedad argentina prefería no darse por enterada. La censura y el terror bloqueaban orejas, cerebros y corazones. Las Madres Locas eran las únicas que parecían cuerdas, tejiendo y circulando en sentido contrario a las agujas del reloj.
En Octubre de 1977 decidieron sumarse a la peregrinación a Luján, que congregó a un millón de jóvenes. Surgió allí el problema de cómo encontrarse y reconocerse en la multitud. Alguien propuso colocarse un pañuelo del mismo color, lo que generó un problema al momento de definir ese color, fue entonces cuando una de las Madres tuvo una ocurrencia “¿Por qué no nos ponemos un pañal de nuestros hijos?, todas guardaban uno, tal vez pensando en sus nietos, por aquellos tiempos en los que no existían los pañales descartables.
Frente a la Basílica, reclamaron y rezaron por los desaparecidos. Todos los presentes pudieron verlas, no pasaron desapercibidas identificadas con los pañales blancos sobre sus cabezas.
Días más después de este hecho, una marcha de Organismos de Derechos Humanos terminó con 300 manifestantes detenidos incluido algunas Madres y – por error – varios periodistas extranjeros.
Gracias a la eficacia Oficial, el mundo comenzaba a enterarse de lo que ocurría en Argentina.
En la comisaría las madres comenzaron a rezar de rodillas Padrenuestros y Avemarías, los policías no se atrevían a interrumpir a las mujeres, quienes entre rezo y rezo y persignándose, miraban a los uniformados y les decían “asesinos”.
A partir de ese momento el hecho de reunirse, romper el aislamiento, buscar a sus hijos, se convirtió en sí mismo en un delito.
En Diciembre de 1977, un Oficial de la marina – Alfredo Astíz – que se había hecho pasar por hermano de un desaparecido, se infiltró en el grupo de denuncia bajo el nombre de Gustavo Niño y organizó el secuestro y desaparición de tres de las Madres, dos monjas francesas y otros familiares y amigos.
Así era el coraje militar: La cobardía en su más alta y pura expresión.
Las Madres estaban organizando la colecta para publicar una solicitada el 10 de diciembre, denunciando las desapariciones y exigiendo la aparición y, en caso de corresponder, enjuiciamiento legal de sus hijos.
El 8 de Diciembre secuestraron a Esther de Careaga y a Mary Ponce de Bianco en las escalinatas mismas de la Iglesia Santa Cruz, junto a 8 personas más, incluida la monja francesa Alice Domon.
Ester era paraguaya. Ya había encontrado a su hija adolescente, a quien los militares habían secuestrado y liberado, pese a lo cual ella había decidido continuar la lucha en apoyo a las Madres que no habían tenido la misma suerte y hasta tanto ellas también recuperaran a cada uno de sus hijos.
Dos días después en la esquina de su casa un grupo de tareas secuestró a Azucena, el terror de aquellos tiempos superó todo lo imaginable. No se llevaron a cualquiera, se llevaron a las tres madres que organizaban al grupo, a las cabezas del movimiento de denuncia, a las que sabían lo que había que hacer.
Sin Azucena y, en medio del durísimo golpe que esto significaba, había que elegir: seguir, esconderse, volverse a casa. Para las Madres no hubo demasiadas dudas, ahora no solo había que buscar a sus hijos e hijas, sino también a sus amigas y compañeras de lucha. Fue con esa fuerza interior como lograron sobreponerse a la parálisis y al terror, para seguir su marcha.
Azucena había parido la idea de que las Madres se organizaran para nunca más estar solas en su lucha y había dicho algo ”Todos los desaparecidos son nuestros hijos”. Con esta frase estaba socializando la maternidad, potenciando a cada Madre y dándole grandeza a cada minuto de resistencia.
En 1978 llegó el Mundial de Fútbol, tapando con gritos y sonrisas la realidad, mientras a pocas cuadras del estadio de River se torturaba y asesinaba en la ESMA.
El mundial fue oxígeno para los militares, para seguir matado y seguir castigando a cada vez más personas con la miseria planificada. Las Madres cambiaron sus lugares y horarios de reunión. No todos los Jueves iban a la Plaza, para evitar que las detectaran. Cuando iban, la policía les largaba los perros, para lo cual, cada una llevaba consigo un diario enrroscado para sacarse a los animales de encima, una de las pocas cosas útiles para los que servían los diarios de aquel entonces.
Muchas veces detenían o demoraban a alguna de ellas en las comisarías, ante estos casos decidieron que cuando una iba presa el resto de las Madres se presentaba en la dependencia policial y requería también su arresto. Los policías veían llegar a decenas y decenas de mujeres que exigían ser encarceladas junto a su compañera, tal es el caso, que en cierta oportunidad las detenciones se llevaron a cabo utilizando como medio un colectivo de línea 60.
Cuando durante las marchas la policía solicitaba el documento de identidad de una de ellas, todas las demás se acercaban y entregaban también los suyos, cientos de documentos que la policía debía verificar, lo que al mismo tiempo servía de pretexto a las Madres para quedarse un largo rato más en la Plaza.
En 1979 llegó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). También en aquella oportunidad el fútbol jugó en contra, el Mundial Juvenil tenía a todos pendientes y el buen resultado obtenido por nuestra selección fue funcional a los militares, quienes aprovecharon para que los relatores y periodistas de radio y televisión convocaran a la gente a Plaza de Mayo y que al mismo tiempo repudie a los “antiargentinos” que hacían largas filas sobre Av. de Mayo para declarar ante la Comisión. Querían mostrar lo que llamaban “la verdadera imagen del país”. Decían: “Los desaparecidos algo habrán hecho”, o “Por algo será que se los llevarón”.
Contrariamente a sus planes nefastos, los hinchas no molestaron en ningún momento a quienes esperaban para formalizar sus denuncias.
Era la época de la “plata dulce”, la fiesta de las multinacionales, el dólar barato, miles de argentinos gastando en el exterior lo que nunca habían sabido ganarse, todo esto claro está, a costa de la miseria planificada de millones de otros argentinos.
Los diarios y las revistas no solo censuraban la información para defender su negocio, sino que hacían campañas a favor de los militares con frases como “Los argentinos somos derechos y humanos” . En ese triste momento de la argentina se pudo confirmar que nunca hay que subestimar la estupidez humana, la capacidad de negación y el tamaño de su crueldad.
Ese mismo año, hubo otro alumbramiento, hubo un nuevo nacimiento: Las Madres decidieron crear la “Asociación Madres de Plaza de Mayo”. Todas sentían estar en peligro, por lo cual esta creación sería la única manera posible de mantener viva su Lucha.
La casualidad, o el destino, determinaron que la AMPM fuese creada en una fecha imposible de olvidar: 22 de Agosto. Habían pasado siete años de la masacre de Trelew, aunque en lo cotidiano parecían siete largos siglos.
Los militares asesinos argentinos, inventaron un conflicto, con los militares asesinos de Chile, que a ambos les serviría no solo para ganar tiempo en el poder sino también para dilatar y omitir los requerimientos de los organismos de denuncia y, al mismo tiempo, consolidar el ocultamiento de sus horrendos crímenes.
La Madres siguieron encontrándose en plazas y bares, a los que les cambiaban los nombres para evitar ser descubiertas, si iban a Las Violetas ellas decían Las Rosas, en sus carteras llevaban carpetas, expedientes, denuncias y todo tipo de documentación.
Recién en 1980 y gracias a los apoyos internacionales, puntualmente de Holanda, las Madres pudieron tener una oficina, lo cual las formalizaba más aún como un Organismo de Denuncia.
También en 1980 decidieron enfrentar el terror que implicaba volver a su territorio, la Plaza de Mayo, lo hicieron, para esta ve sí nunca más abandonarla.
Fueron un Jueves, al Jueves siguiente las esperaba un escuadrón entero. Ellas cambiaban el horario de encuentro, caminaba en grupos separados y mordiendo pánico, poco a poco envolvieron la Pirámide Mayo con sus marchas que ya nadie podía detener, habían aprendido de sus hijos y llevaban consigo botellitas de agua con bicarbonato por si las esperaban con gases lacrimógenos. No necesitaban gases para llorar pero hace tiempo las Madres habían decidido transformar el llanto en acciones.
Los militares eran la rigidez y la violencia, las Madres eran la fluidez y la energía. Los militares y la policía eran la muerte. los verdugos. Las Madres eran la vida.
Se editó el primer boletín de Madres, se iba ganando un invalorable apoyo tanto en el ámbito local como en el exterior. Los militares, abriendo el paraguas frente a la crisis económica imperante y ante su propio desgaste, llamaron al dialogo a los viejos políticos. Pero las Madres simbolizaban con toda su lucidez donde estaba la verdadera política y quienes eran sus verdaderos y nuevos protagonistas. En 1981 lo demostraron abiertamente tomando la Plaza y haciendo la primera Marcha de la Resistencia, solas, pocas, pero juntas, resistiendo 24 has. seguidas.
Nació la consigna “Aparición con vida”.
El 30 de Marzo de 1982, hubo manifestaciones de protesta en Buenos Aires contrarias a la marcha de la economía, la cual, culminó con un fuerte operativo represivo por parte de la policía.
Dos días después, se colmó la Plaza de Mayo para aplaudir a los militares que habían invadido las Islas Malvinas, intentando de esa forma reciclarse en el poder como en un brindis perpetuo.
Las Madres dijeron que la guerra era otra mentira. Los militares que secuestraban cobardemente, torturaban clandestinamente, saqueaban hogares y asesinaban arrojando gente al mar, no podían ni debían convertirse de la noche a la mañana en patriotas impecables y valerosos guerreros. Por decir esto gran parte de la sociedad acusó a las Madres de antinacionales.
Ellas confeccionaron un cartel: “Las Malvinas son argentinas. Los desaparecidos también”.
Muchos que habían acompañado a las Madres las criticaron: había que estar del lado de la guerra y de los militares. El tiempo mostró quien tenía la razón sobre los valerosos guerreros, entre los cuales figuraba el que había engañado y delatado a Azucena, Mary y a Esther.
La derrota militar significó una fuerte posibilidad a la salida democrática. Se abrió la multipartidaria, formada por cantidad de partidos y políticos muchos de los cuales, durante los tiempos más duros de la represión y el terrorismo de Estado, habían sido expertos en el arte de callarse la boca.
En 1983 hubo elecciones, Raúl Alfonsín llegó a la presidencia de la Nación y las Madres organizaron la marcha de las siluetas para que nadie olvidara a los ausentes. Los afiches decían que esos hijos desaparecidos habían luchado por la justicia, la libertad y la dignidad.
El gobierno creo la CONADEP, Comisión Nacional por la Desaparición de Personas. Las Madres desconfiaron y optaron por no integrarla. Siempre prefirieron la calle y las plazas y no la comisiones y los escritorios. Crearon un periódico, la Asociación iba creciendo y seguía, ahora con más fuerza que nunca, reclamando aparición con vida y castigo a los culpables.
En 1985 Alfonsín las sito en casa de gobierno, pero finalmente no las atendió, porque tenía que ir al Colon. Las Madres, virtualmente tomaron, la Casa Rosada, se quedaron ahí instaladas como forma de resistencia pacífica. Esas acciones mostraban la grieta entre los discursos sobre los derechos humanos que del gobierno alfonsinista y la realidad. Mostraban como el protagonismo político se desplazaba de los políticos de museo, a los movimientos generados en la sociedad para enfrentar los problemas tomando, al mismo tiempo, las riendas de sus propias decisiones.
Llegó y se efectivizó el “Juicio a las Juntas” , pero solo hubo dos condenas a prisión perpetua. Las de Videla y Massera. El resto de los jefes militares recibió penas bajas, o fueron absueltos.
Las Madres, a quienes se les había casi exigido, quitarse el pañuelo blanco se levantaron y se retiraron de la sala de audiencias.
Seguían las acciones, marchas, escarches a los militares en sus casas, viajes y campañas por todo el mundo.
La lucha contra las leyes de “Obediencia Debida” y “Punto Final”, la lucha contra las rebeliones carapintadas, la Marcha de las Manos, la Marcha de los Pañuelos (taparon la Casa de Gobierno con Pañuelos Blancos).
Los premios internacionales. El apoyo de Madres a huelguistas, a los reprimidos, a los perseguidos.
Las Madres hicieron propia una idea: “El otro soy yo”, ya no solo se remitían a denunciar lo que había ocurrido con sus hijos, sino que enarbolaron las mismas ideas y sueños por la que esos jóvenes habían luchado y entregado sus vidas.
Sintieron que aún sin estar, sus hijos las estaban pariendo.
Aquellas amas de casa desgarradas por la desesperación, habían logrado transformar el dolor en acción y en pensamiento.
Las luchas se multiplicaron al infinito cuando Carlos Menem llegó a la presidencia para perfeccionar, esta vez en democracia, la miseria planificada: además de indultar a todos los militares que habían sido condenados, privatizó el país, regalo el Estado, masificó el desempleo, protegió a toda clase de mafiosos, asesinos y corruptos a quienes les dio un lugar relevante en su gobierno.
El gobierno de Fernando De la Rúa fue más de lo mismo, las Madres estuvieron allí, nuevamente en la Plaza el 19 y 20 de diciembre de 2001, cuando este gobierno intentó imponer el Estado de Sitio y se dedicó a reprimir a miles y miles de personas que se manifestaron hartas de tanta decadencia, de tanta miseria y de tantas mentiras.
La historia reciente es más conocida, Las Madres y su Universidad llena de jóvenes, de movimiento, de conferencias, de proyectos.
Las Madres y su radio, para que se escuche cada cosa que hay que decir. Las publicaciones, los viajes.
Las Madres y su intervención en cada lucha contra las mafias, contra la miseria, contra la muerte en cualquiera de sus formas.
Y cada Jueves, como siempre, las Madres circulando, marchando, tejiendo solidaridad, construyendo este territorio de la Plaza para que sea el espacio de todos.
A lo largo de esta historia, la historia de nuestras queridas Madres de Plaza de Mayo, podemos decir que entre tantas cosas ellas nos enseñan día a día a convertir al dolor en acción, La parálisis y el miedo en lucha, la desesperación en coraje, las lágrimas en acciones. Para acorralar a la muerte, como el primer día: tejiendo luchas, haciendo circular sueños y alumbrando la vida.
Madres de Plaza de Mayo....Ni un paso atrás.